Década de la educación
para la sostenibilidad Temas de Acción Clave
Compromiso por una educación para la sostenibilidad
Los educadores, en general, no estamos prestando suficiente
atención a esta situación pese a llamamientos como los de Naciones Unidas en
las Cumbres de La Tierra. Es preciso, por ello,
asumir un compromisopara que toda la educación, tanto formal (desde la escuela
primaria a la universidad) como informal (museos, media...), preste
sistemáticamente atención a la situación del mundo, con el fin de proporcionar
una percepción correcta de los problemas y de fomentar actitudes y
comportamientos favorables para el logro de un futuro sostenible. Se trata, en
definitiva, de contribuir a formar ciudadanas y ciudadanos conscientes de la
gravedad y del carácter global de los problemas y preparados para participar en
la toma de decisiones adecuadas. Proponemos por ello el lanzamiento de la
campaña Compromiso por una educación para la sostenibilidad.
La sostenibilidad como revolución cultural, tecnocientífica y
política
La supeditación de la naturaleza a las necesidades y deseos
de los seres humanos ha sido vista siempre como signo distintivo de sociedades
avanzadas, explica Mayor Zaragoza (2000) en Un mundo nuevo. Ni siquiera se
planteaba como supeditación: la naturaleza era prácticamente ilimitada y se
podía centrar la atención en nuestras necesidades sin preocuparse por las
consecuencias ambientales y para nuestro propio futuro. El problema ni siquiera
se planteaba. Después han venido las señales de alarma de los científicos, los
estudios internacionales… pero todo eso no ha calado en la población, ni
siquiera en los responsables políticos, en los educadores, en quienes
planifican y dirigen el desarrollo industrial o la producción agrícola. Cabe
señalar que todas esas críticas al concepto de desarrollo sostenible no
representan un serio peligro; más bien, utilizan argumentos que refuerzan la
orientación propuesta por la CMMAD y el “Plan de Acción” de Naciones Unidas
(Agenda 21) y salen al paso de sus desvirtuaciones. El autentico peligro reside
en la acción de quienes siguen actuando como si el medio pudiera soportarlo
todo… que son, hoy por hoy, la inmensa mayoría de los ciudadanos y responsables
políticos.
Educación para la sostenibilidad
En esencia se propone impulsar una educación solidaria
–superadora de la tendencia a orientar el comportamiento en función de
intereses particulares a corto plazo, o de la simple costumbre– que contribuya
a una correcta percepción del estado del mundo, genere actitudes y
comportamientos responsables y prepare para la toma de decisiones fundamentadas
(Aikenhead, 1985) dirigidas al logro de un desarrollo culturalmente plural y
físicamente sostenible (Delors, 1996; Cortina et al., 1998). La educación para
un futuro sostenible habría de apoyarse, cabe pensar, en lo que puede resultar
razonable para la mayoría, sean sus planteamientos éticos más o menos
antropocéntricos o biocéntricos. Dicho con otras palabras: no conviene buscar
otra línea de demarcación que la que separa a quienes tienen o no una correcta
percepción de los problemas y una buena disposición para contribuir a la
necesaria toma de decisiones para su solución. Basta con ello para comprender
que, por ejemplo, una adecuada educación ambiental para el desarrollo
sostenible es incompatible con una publicidad agresiva que estimula un consumo
poco inteligente; es incompatible con explicaciones simplistas y maniqueas de
las dificultades como debidas siempre a “enemigos exteriores”; es incompatible,
en particular, con el impulso de la competitividad. Resulta esencial, sin duda,
comprender la relevancia que tienen nuestras acciones –lo que hacemos o dejamos
de hacer– y construir una visión global de las medidas en las que podemos
implicarnos. Pero la acción educativa no puede limitarse al logro de dicha
comprensión, dando por sentado que ello conducirá a cambios efectivos en los
comportamientos: un obstáculo fundamental para lograr la implicación de los
ciudadanos y ciudadanas en la construcción de un futuro sostenible es reducir
las acciones educativas al estudio conceptual.
Crecimiento económico y sostenibilidad
Podemos afirmar que si la economía mundial tal como está
estructurada actualmente continúa su expansión, destruirá el sistema físico
sobre el que se sustenta y se hundirá (Diamond, 2006). Se hace necesario, a
este respecto, distinguir entre crecimiento y desarrollo. Como afirma Daly
(1997), «el crecimiento es incremento cuantitativo de la escala física;
desarrollo, la mejora cualitativa o el despliegue de potencialidades. Puesto
que la economía humana es un subsistema de un ecosistema global que no crece,
aunque se desarrolle, está claro que el crecimiento de la economía no es
sostenible en un período largo de tiempo.
Crecimiento
demográfico y sostenibilidad
A lo largo del siglo 20 la población se ha más que
cuadruplicado. Y aunque se ha producido un descenso en la tasa de crecimiento
de la población, ésta sigue aumentando en unos 80 millones cada año, por lo que
puede duplicarse de nuevo en pocas décadas. La Comisión Mundial del Medio
Ambiente y del Desarrollo (1988) ha señalado las consecuencias: «En muchas
partes del mundo, la población crece según tasas que los recursos ambientales
disponibles no pueden sostener, tasas que están sobrepasando todas las
expectativas razonables de mejora en materia de vivienda, atención médica,
seguridad alimentaria o suministro de energía». Alrededor de un 40% de la
producción fotosintética primaria de los ecosistemas terrestres es usado por la
especie humana cada año para, fundamentalmente, comer, obtener madera y leña,
etc. Es decir, la especie humana está próxima a consumir tanto como el conjunto
de las otras especies. Ehrlich y Ehrlich (1994) también llaman la atención
sobre el hecho de que «la superpoblación de los países ricos, desde el punto de
vista de la habitabilidad de la Tierra, es una amenaza más seria que el rápido
crecimiento demográfico de los países pobres». Es por ello que conviene
distinguir entre superpoblación y crecimiento demográfico. En África el
crecimiento demográfico es hoy muy superior al de Europa, pero Europa está
mucho más poblada que África, es Europa la que está superpoblada. Es el mundo
rico, ya superpoblado, el que tiene un consumo per cápita muy superior al de
los africanos y el que más contribuye, por tanto, al agotamiento de los
recursos, a la lluvia ácida, al calentamiento del globo, a la crisis de los
residuos, etc.
Cuando se plantea la contribución de la tecnociencia a la
sostenibilidad, la primera consideración que es preciso hacer es cuestionar
cualquier expectativa de encontrar soluciones puramente tecnológicas a los
problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad. Pero, del mismo modo, hay que
cuestionar los movimientos anti-ciencia que descargan sobre la tecnociencia la
responsabilidad absoluta de la situación actual de deterioro creciente. Muchos
de los peligros que se suelen asociar al “desarrollo científico y tecnológico”
han puesto en el centro del debate la cuestión de la “sociedad del riesgo”,
según la cual, como consecuencia de dichos desarrollos tecnocientíficos
actuales, crece cada día la posibilidad de que se produzcan daños que afecten a
una buena parte de la humanidad y que nos enfrentan a decisiones cada vez más
arriesgadas (López Cerezo y Luján, 2000). No podemos ignorar, sin embargo, que,
como señala el historiador de la ciencia Sánchez Ron (1994), son científicos
quienes estudian los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad,
advierten de los riesgos y ponen a punto soluciones. Por supuesto no sólo
científicos, ni todos los científicos. Por otra parte, es cierto que han sido
científicos los productores de, por ejemplo, los freones que destruyen la capa
de ozono. Pero, no lo olvidemos, junto a empresarios, economistas,
trabajadores, políticos… La tendencia a descargar sobre la ciencia y la
tecnología la responsabilidad de la situación actual de deterioro creciente, no
deja de ser una nueva simplificación maniquea en la que resulta fácil caer. Las
críticas y las llamadas a la responsabilidad han de extenderse a todos
nosotros, incluidos los “simples” consumidores de los productos nocivos
(Vilches y Gil, 2003). Y ello supone hacer partícipe a la ciudadanía de la
responsabilidad de la toma de decisiones en torno a este desarrollo
tecnocientífico. Hechas estas consideraciones previas, podemos ahora abordar
más matizadamente el papel de la tecnociencia.
Según el Banco Mundial, el total de seres humanos que vive en
la pobreza más absoluta, con un dólar al día o menos, ha crecido de 1200
millones en 1987 a 1500 en la actualidad y, si continúan las actuales
tendencias, alcanzará los 1900 millones para el 2015. Y casi la mitad de la
humanidad no dispone de dos dólares al día. Como señalan Sen y Kliksberg (2007,
pp. 8), «el 10% más rico tiene el 85 % del capital mundial, la mitad de toda la
población del planeta solo el 1%». Pero, como explica el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), «La pobreza no se define
exclusivamente en términos económicos (…) también significa malnutrición,
reducción de la esperanza de vida, falta de acceso a agua potable y condiciones
de salubridad, enfermedades, analfabetismo, imposibilidad de acceder a la
escuela, a la cultura, a la asistencia sanitaria, al crédito o a ciertos
bienes». Desde la perspectiva de Sen (Cortina y Pereira, 2009), la pobreza es
ante todo falta de libertad para llevar adelante los planes de vida que una
persona tiene razones para valorar, es decir, que las personas puedan ser
agentes de sus propias vidas (“Libertad de agencia”).
Igualdad de género
Hablar de igualdad de sexos o, como es más frecuentemente
aceptado, de igualdad de género, es referirse a un objetivo contra una realidad
de discriminaciones y segregación social. «Una de las más frecuentas y
silenciosas formas de violación de los derechos humanos es la violencia de
género», señala el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
«Éste es un problema universal, pero para comprender mejor los patrones y sus
causas, y por lo tanto eliminarlos, conviene partir del conocimiento de las
particularidades históricas y socioculturales de cada contexto específico. Por
consiguiente, es necesario considerar qué responsabilidades y derechos
ciudadanos se les reconocen a las mujeres en cada sociedad, en comparación con
los que les reconocen a los hombres, y las pautas de relación que entre ellos
se establecen. Pero no debemos olvidar que la discriminación hacia la mujer es
parte de la discriminación que los “fuertes” ejercen con los “débiles” en
defensa de sus privilegios. Unos privilegios que a lo largo de la historia se
ha pretendido justificar con «razones» étnicas, de sexo o de mérito; pero hoy
sabemos que no tienen fundamento alguno y que generan desequilibrios
perjudiciales para todos, aunque algunos sigan pensando que esos desequilibrios
constituyen algo natural. Y esas referencias que se hacen al pasado las
consideran un apoyo a su punto de vista: «siempre ha habido ricos y pobres y
siempre los habrá», «el hombre es superior a la mujer», etc.
Contaminación sin fronteras
La mayoría de los ciudadanos percibimos ese carácter global
del problema de la contaminación; por eso nos referimos a ella como uno de los
principales problemas del planeta. Pero conviene hacer un esfuerzo por
concretar y abordar de una forma más precisa las distintas formas de
contaminación y sus consecuencias. No basta, en efecto, con referirse
genéricamente a la contaminación del aire (debida a procesos industriales que
no depuran las emisiones, a los sistemas de calefacción y al transporte, etc.),
de los suelos (por almacenamiento de sustancias sólidas peligrosas:
radiactivas, metales pesados, plásticos no biodegradables.
Consumo responsable
Como se señaló en la Cumbre de Johannesburgo, en 2002: «El
15% de la población mundial que vive en los países de altos ingresos es
responsable del 56% del consumo total del mundo, mientras que el 40% más pobre,
en los países de bajos ingresos, es responsable solamente del 11% del
consumo».Y mientras el consumo del “Norte” sigue creciendo, “el consumo del
hogar africano medio –se añade en el mismo informe– es un 20% inferior al de
hace 25 años. El automóvil es, sin duda, el símbolo más visible del consumismo
del “Primer Mundo”. De un consumismo “sostenido” porque todo se orienta a
promover su frecuente sustitución por el “último modelo” con nuevas
prestaciones. Sin olvidar que los coches son los responsables de un 15% de
emisiones mundiales de dióxido de carbono y un porcentaje aún mayor de
contaminación de aire local, de lluvia ácida o de contaminación acústica.
Turismo sostenible
La problemática del turismo está estrechamente ligada a la
del consumo responsable, porque al igual que muchas de las cosas que hacen
posible nuestro trabajo, o que dan sentido a nuestras vidas, hacer turismo
exige consumo. Para gozar de la biodiversidad, por ejemplo, hemos de
desplazarnos y consumir energía. ¿Debemos por ello renunciar completamente al
turismo como un acto “consumista”? Del mismo modo, ¿es consumista leer un
periódico? Sabemos que la edición del dominical del New York Times, por
ejemplo, supone la desaparición de una amplia zona boscosa de Canadá, pero
¿acaso la existencia de una prensa libre no es una de las condiciones de la
democracia?
Derechos humanos y sostenibilidad
Podemos referirnos, en primer lugar, a los Derechos
Democráticos, civiles y políticos (de opinión, reunión, asociación…) para
todos, sin limitaciones de origen étnico o de género, que constituyen una
condición sine qua non para la participación ciudadana en la toma de decisiones
que afectan al presente y futuro de la sociedad (Folch, 1998). Se conocen hoy como
“Derechos humanos de primera generación”, por ser los primeros que fueron
reivindicados y conseguidos (no sin conflictos) en un número creciente de
países.
Diversidad cultural
El tratamiento de la diversidad cultural puede concebirse, en
principio, como continuación de lo visto en el apartado dedicado a la
biodiversidad, en cuanto extiende la preocupación por la pérdida de
biodiversidad al ámbito cultural. La pregunta que se hace Maaluf (1999) expresa
muy claramente esta vinculación: «¿Por qué habríamos de preocuparnos menos por
la diversidad de culturas humanas que por la diversidad de especies animales o
vegetales? Ese deseo nuestro, tan legítimo, de conservar el entorno natural,
¿no deberíamos extenderlo también al entorno humano?». Pero decimos en principio,
porque es preciso desconfiar del “biologismo”, es decir, de los intentos de
extender a los procesos socioculturales las leyes de los procesos biológicos.
Son intentos frecuentemente simplistas y absolutamente inaceptables, como
muestran, por ejemplo, las referencias a la selección natural para interpretar
y justificar el éxito o fracaso de las personas en la vida social. De hecho, la
diversidad de lenguas y formas de vida es vista por muchas personas como un
inconveniente, cuando no como una amenaza, como un peligro. Mayor Zaragoza
(2000), en el libro “Un mundo nuevo”, reconoce que la diversidad lingüística ha
sido y sigue siendo víctima de fuertes prejuicios. Su eliminación ha sido
considerada por muchos una condición indispensable para la comunicación y
entendimiento entre los seres humanos, como expresa muy claramente el mito de
la “Torre de Babel”, que atribuye la pluralidad de lenguas a un castigo divino.
Biodiversidad
Es preciso reflexionar acerca de la importancia de la
biodiversidad y de los peligros a que está sometida en la actualidad a causa
del actual crecimiento insostenible, guiado por intereses particulares a corto
plazo y sus consecuencias: una contaminación sin fronteras, el cambio
climático, la degradación ambiental..., que dibujan una situación de emergencia
planetaria. Para algunos, la creciente preocupación por la pérdida de
biodiversidad es exagerada y aducen que las extinciones constituyen un hecho
regular en la historia de la vida: se sabe que han existido miles de millones
de especies desde los primeros seres pluricelulares y que el 99% de ellas ha
desaparecido.
Urbanización y sostenibilidad
La palabra ciudadano se ha convertido casi en sinónimo de ser
humano… hablamos de civismo, de educar en la ciudadanía, de derechos y deberes
de los ciudadanos… la ciudadanía y, por tanto, la ciudad, aparecen como una
conquista clave de los seres humanos. Y en ese sentido, tan ciudadanos son los
habitantes de una gran ciudad como los de una pequeña población rural. Pero
sabemos que la atracción de las ciudades, del mundo urbano, sobre el mundo
rural tiene razones poderosas y en buena parte positivas. Como afirma Folch,
«las poblaciones demasiado pequeñas no tienen la masa crítica necesaria para
los servicios deseables». La educación, la sanidad, el acceso a trabajos mejor
remunerados, la oferta cultural y de ocio… todo llama hacia la ciudad en busca
de un aumento de calidad de vida. Sin olvidar lo que supone la construcción de
megaurbanizaciones especulativas, auténticos atentados a la sostenibilidad, en
zonas de gran valor ecológico y paisajístico, sin garantía de agua para su
abastecimiento ni de un tratamiento adecuado de los residuos. Un urbanismo
salvaje, con numerosos casos de corrupción, que conlleva la construcción
“eco-ilógica” de campos de golf, de puertos deportivos, etc., que incluso llega
a agredir espacios protegidos y supone frecuentes recalificaciones de terrenos.
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